Para meditar:

María, hoy te miramos en lo pequeño. No en los milagros, no en los aplausos, sino en la casa, en el trabajo, en la rutina de cada día. Ahí viviste la mayor parte de tu vida. Ahí amaste. Ahí fuiste santa.

Tu grandeza no estuvo en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer lo ordinario con un amor extraordinario. Cuidar, educar, trabajar, escuchar, repetir… todo hecho por Dios, todo convertido en ofrenda.

Nosotros muchas veces despreciamos lo pequeño. Queremos lo llamativo, lo que se nota, lo que se reconoce. Y se nos olvida que ahí, en lo sencillo, está en juego la fidelidad y el amor verdadero.

María nos enseña que la santidad no está en cambiar de vida, sino en cambiar el corazón con el que vivimos lo de siempre.

María, enséñanos a santificar lo cotidiano.

Para vivir:

Hoy haz con especial cuidado una tarea ordinaria

(estudiar, ayudar en casa, vivir bien un entrenamiento, cumplir un deber)…

sin quejarte, sin buscar reconocimiento, solo por amor.

¿Qué cosa pequeña y concreta voy a ofrecer hoy con amor?